miércoles, 13 de julio de 2016

EL RINCÓN CABIMERO

EL RINCÓN CABIMERO


La primera entrada de la sección gastronómica de este blog tiene que empezar con un lugar que me hizo evocar tantas comidas deliciosas y cargadas de caloría que pude disfrutar en mi ciudad natal, Maracaibo. Dado mi carácter de emigrante comprenderán que no es fácil encontrar este tipo de comida tan regional en Bogotá. Colombia. Si bien en la ciudad han proliferado los negocios de comida venezolana (con sus infaltables arepas, tequeños, cachapas y pabellones) no había encontrado donde comerme una arepa cabimera y un patacón con el derroche de ingredientes que encontré en El Rincón Cabimero




Está ubicado en la calle 165 con carrera 8va D, bien al norte de la capital colombiana. El local no es muy grande, ni hace alarde de elegancia, pero no le hace falta. Su decoración está relacionada con temas zulianos, Es ordenado y limpio y con eso basta, dado que uno sabe a lo que va: a embadurnarse las manos de salsa. De modo que no necesita guardar la etiqueta de los sitios sifrinos (gomelos, en Colombia) de la Zona G o Usaquén. Desde la fachada (ver primera foto) te recibe un letrero con el nombre  del negocio logo con el puente sobre el Lago de Maracaibo de fondo en el cual predomina el amarillo y el naranja y el azul, colores con los que es fácil asociar al Zulia (estado del noroccidente de Venezuela, para los no entendidos). No por nada las Águilas del Zulia (nuestro equipo de béisbol regional) incluyen el naranja siempre en sus uniformes, y el amarillo es de lo más común para el maracaibero, dado que es color del sol abrasivo y desesperante con que la Naturaleza premió (o castigó, según el punto de vista) a la segunda ciudad mas importante del país. 




Me zampé (mejor verbo no puedo usar) una arepa cabimera con todos los hierros (ver segunda foto). Estaba deliciosa. Es una arepa frita, totalmente crocante, que queda relegada al fondo del plato, como si fuese el personaje secundario de una película y que luego protagoniza su escena de importancia, porque el sabor está en lo se acuesta sobre la mentada arepa. En mi caso, carne mechada, huevo cocido, queso blanco rallado, ensalada de repollo y lechuga, jamón  y un baño de salsas que hace de la experiencia algo de todo menos seco o soso. El revoltijo de sabores y texturas se balancea a medida que avanzan los bocados, el paladar ya sabe que está ante una bomba, y el estómago se ve obligado a hacer el espacio suficiente para que quepa hasta el ultimo bocado.  Eso sí, les advierto: una sola botellita de gaseosa no será suficiente para pasar semejante prueba. 




Tenía tiempo sin comer pernil. Sí, de ese que en nuestra depauperada Venezuela consideramos elemento obligatorio en la cena navideña y cuyo precio del kilo se dispara en diciembre a mayor ritmo que el del dólar. Y entonces pedí un patacón de pernil con queso, pues me sentía con energía (ver tercera foto). Pero al verlo frente a mí minutos después me intimidé un poco a causa de su volumen, No es lo mismo llamar al demonio que verlo llegar. Terminarlo se me volvió una cuestión de honor. Prueba superada. ¡Y cómo no iba a serlo! El sabor de las tiras de pernil, sazonado sin exceso, acompañado de la crocantez del patacón hizo de la segunda parte de esa cena algo de verdad digno de remembranza. ¿Cómo se me ocurre devorarme todo eso de noche?. Y fue cuando me dí cuenta de que no era el año 2016, ni me encontraba en la gélida temperatura de la Bogotá nocturna, a dos mil seiscientos metros del mar remoto. Estaba en Maracaibo de nuevo, con dieciocho o veintiún años, con diez kilos menos, a treinta y dos grados centrados a las ocho de la noche, saboreando con fruición esos manjares en algún local al aire libre de la calle 72, cerca de la casa de mi abuela materna, Mamaíta Elia. Y fui feliz desde entonces hasta después de completado el proceso de digestión y absorción de nutrientes. Lástima que no tomé ninguna foto de mi semblante, obvia demostración de que me encontraba solazado en aquella velada. 


 No hay fallas en la comida que degusté en El Rincón Cabimero, pero hay que hacer justicia con el sabor del producto original que se come en el Zulia, pues en Colombia las salsas y los quesos (y hasta el jamón) no saben igual y eso influye en el resultado final. En todo caso es algo que no le quita méritos a la técnica empleada por los cocineros, a quienes se les puede oír hablando entre sí con su inconfundible acento zuliano. Son conocedores de la materia los que preparan las delicias descritas, así que lo de las salsas es un asunto secundario, y hasta trivial para quien pruebe la comida por primera vez y no tenga el punto de comparación. Me gustó la actitud didáctica del mesero, quien quiso explicar en qué consistía la comida ofrecida en el menú, pero no hizo falta pues yo sabia a qué me iba a enfrentar. Y cuando llegó la cuenta me terminó de gustar el sitio aún más: Dos arepas cabimeras, un patacón de pernil, dos botellas pequeñas de Pepsi, una empanada de queso y una arepa asada de pernil para llevar no superaron los cuarenta mil pesos (más o menos 14 dólares estadounidenses, para que tengan una idea).

En la cuarta foto aparecen clientes aleatorios que esperaban su comida viendo un partido de la Copa América Centenario, quizás tan ansiosos como yo por la expectativa sobre la comida, quizás debutando en la gastronomía callejera zuliana, pero estoy seguro de pagaron sus cuentas contentos, como en mi caso. En la última foto pueden ver un afiche mostrando venezolanos ilustres, entre quienes figura mi tío Abdénago "Neguito" Borjas, en la fila de la derecha es el tercero de arriba a abajo. Él también se hubiese dado un banquete en este paraíso calórico no apto para quienes se cuidan sus niveles de colesterol.    

1 comentario:

  1. Heberto..sobrarían mas palabras que las mencionadas, para describir tan inmenso sentimiento.....NUESTRA VENEZUELA...NUESTRO ZULIA...NUESTRA CABIMAS....MARACAIBO CUNA DE GRANDES POETAS....Y COMO DIRIA EL MISMO NEGUITO...CABIMAS...UN SANTUARIO DE TANTOS RECUERDOS MIOS...No dejemos de visitar este pedasito de Venezuela en Bogota...

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