¡Qué buen happening
fue leer este libro!
En la jerga teatrera y pictórica (y
en la musical, a veces), no es desconocido el término Happening, que refiere la participación espontánea del público en
una obra. El espectador toma un rol más activo e improvisa logrando que su
actuación enriquezca y lleve la expresión artística a un nivel de mayor
plenitud y alcance. Generalmente ocurre en iniciativas al aire libre, de manera que la obra invade el
rutinario desarrollo del espacio (una acera, un parque, una plaza pública) en
que se manifiesta. Gustavo Valle lo logró en su novela Happening. Y de la siguiente manera:
Una cosa es leer a un personaje que
está perdido o en búsqueda de un no sé
qué y otra muy distinta es que uno como lector se sienta tan a la deriva
como ese personaje. No me había ocurrido con textos contemporáneos, en los
cuales se sabe más o menos hacia dónde va la trama luego de varias de cenas de
páginas. Pero en la brillante novela de Gustavo Valle, tras recorrer el primer
quinto de la historia uno sabe que está frente a algo distinto a una road story, algo más profundo.
El protagonista, Alex Kantor, huye
de toda su rutina. Pero algo sobrevenido convierte su abandono en huida.
Conduciendo Range Rover modelo ’76 en
una carretera oscura estado Miranda se lleva una sorpresa. Arrolla un bulto
pero no se detiene (no estoy spoileando
a nadie, dado que el arrollamiento acaece antes de llegar a la página 3). A
partir de entonces la lejanía con respecto a su cotidianidad no solo se debe a
darse un respiro y apartarse brevemente de su vida huidiza y llena de proyectos
fracasados (su malogrado matrimonio, su paternidad deficiente, sus finanzas
exiguas, sus ansias actorales hundidas), debe huir para evitar ser llevado a la
cárcel. Llega hasta el Golfo de Cariaco y contemplamos que termina coincidiendo
junto a Morocho, Rebeca y Francis, fieles retratos de la idiosincrasia caribeña
venezolana. Es cuando Alex, un tipo grisáceo, terriblemente humano, con una vocación
solitaria e introspectiva, muestra unos ribetes nuevos, dado que empieza a
desglosarse a propósito de su interacción con aquellos. Su compañía es una sazón
adecuada en un texto que se pasea con desparpajo entre disertaciones sobre
actuación y teatro y el lenguaje soporífero de la narrativa propia de las
investigaciones penales, porque (y esto sorprenderá) el arrollamiento del
comienzo tiene sus consecuencias, impulsa la respectiva investigación, que de
cuando en cuando muestra sus progresos y augura una pronta resolución. Ya
entonces Alex vive obedeciendo al instinto, sin importar cuan absurda sea su
conducta, pero sin olvidar del todo la llamada telefónica que está pendiente
por realizar para hablar con su hija.
La novela en cuestión es un thriller
pero con un ritmo atípico. Avanza a pasos sigilosos pero firmes hasta llegar a
un necesario clímax: el deseado desenlace de la investigación criminal. Es lo
que el lector desea que ocurra. Hay conversaciones con amenas anécdotas,
paisajes del Golfo de Cariaco magistralmente descritos, pasajes de un
matrimonio desecho, remembranzas de la crianza remota, un miedo terrible al
fracaso. Todo un conglomerado variopinto que logra ser mezclado con maestría
por el autor.
¿Alguien puede imaginar a un actor
frustrado montando una obra de teatro a la orilla de la playa ayudado por gente
recién conocida y neófita en la materia? Este absurdo artístico sube el nivel
poético de la novela, y así Alex Kantor se nos muestra más interesante aún que
los personajes secundarios que habían entrado al relato para sazonarlo, más quijotesco,
ahora es un artista que vive respetando el afán de cada día y que nos recuerda
el vivalapepismo de aquellos que
viven sin nada que perder. A este punto llega la evolución del protagonista,
deja de ser citadino para volverse costero, deja de un lado la racionalidad
para abrazar el sinsentido. Sin embargo, a veces piensa en su hija y se asoma
una sensación de culpa: ella lo necesita de cuerpo presente. Desde ese punto de
vista su huida se ha consumado por completo. Su existencia se ha vuelto un happening, como si la hubiese diseñado
un oficioso dramaturgo que promueve la participación activa del público,
ensalzado por la mística con que asume la irrazonable empresa teatral.
Con un palmarés admirable que
incluye el Concurso Anual Transgenérico de la Sociedad de Amigos de la Cultura
Urbana en 2013 y el Premio Crítica de Novela de 2014, con algunos fragmentos
que hacen recordar clásicos del cine gringo como Easy Rider o Thelma and Louise, con un personaje
secundario llamado Morocho que provoca sonrisas con sus ocurrencias pero que
luego se torna misterioso, con un hermosísimo par de páginas finales que hace
recordar el remate de la obra Paula
de Isabel Allende y que nos muestra la mejor versión de la humanidad de Alex
Kantor, Happening promete no dejar
indiferente a quien decida montarse en la vieja Range Rover modelo ‘76 desde la primera página.
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