VERDE QUE ME GUSTÓ
por Heberto José Borjas
Cuando un escritor es capaz de nadar
las aguas azarosas de la narrativa y la poesía con la misma destreza el
resultado de sus obras en prosa suele ser una lectura que se disfruta con el
mismo deleite de quien se chupa un mango y, tras devorar las hilachas, llega
hasta la pepa (rindo homenaje a esta fruta tan de moda hoy en Venezuela para
memes y demás mamaderas de gallo). Los ejemplos recientes de mis lecturas de novelas
y cuentos de narradores-poetas me han dejado un sabor de boca satisfactorio:
William Ospina con El país de la canela,
Mario Benedetti con La muerte y otras
sorpresas, Gioconda Belli con El
infinito en la palma de la mano y Jorge Luis Borges con Ficciones son muestras del prodigio que
supone un cambio de ropaje para que tanto en prosa como en verso un autor o
autora puedan mostrar una identidad, una voz
definida, un alarde de iluminación que el lector con vocación de narrador (como
es mi caso) disfruta a niveles de envidia literaria (como es mi caso, de
nuevo). Entiéndase el libérrimo concepto de Envidia
literaria como esa sensación que le queda a uno, tras leer un texto, de
querer haberlo escrito primero, tener la idea mucho tiempo antes, extender o
suprimir ciertos fragmentos, cambiar tales o cuales diálogos, y recibir los
posteriores elogios.
Esa misma sensación tuve con el
texto Verde que me muero de Jason
Maldonado. Él ha publicado dos poemarios, Lunar
de viento y Bestiario mecánico del
exilio, y con esta novela en apariencia no pretensiosa, debuta como
narrador. Cuando adquirí el libro en Maracaibo presentí que me daría banquete.
Tuve razón. No me decepcionó. Al contrario, desde la portada, con el fondo del puente
sobre el Lago de Maracaibo y una chica en primer plano sentada sobre una maleta
de color esmeralda empieza un viaje ameno de doscientas cuarenta páginas. Una
carta es el gatillo de esta historia, que llega a las manos de Tony Guerra,
cuya remitente es Auristela, un amor del pasado, de esos que en vez de olvidarse
son como un cadillo en el pie cuando caminamos con los zapatos puestos, y que
plasma en sus primeras líneas un lirismo que alimenta la expectativa por el
resto de su contenido: La vida es una especie de estornudo en el
universo. Una suerte de incienso que se va apagando para dejar encendido tan
sólo un recuerdo…
Desde entonces la trama se ramifica
así:
Tenemos un romance universitario
Entre Antonio y Auristela puesto a prueba por un embarazo no deseado. Este es
el factor más ambicioso de la obra, dado que Maldonado se atreve brillantemente
a narrar una historia propia de una telenovela pero encumbrada gracias a las
artes de una prosa fresca que no tiene remilgos en usar coloquialismos, de modo
que su tono reproduce el léxico venezolano que nos encontramos la calle, sin
llegar a los extremos soeces del cine
criollo y nos ahorra lances de innecesario melodrama que hubiesen
restado autenticidad al relato. Sin duda, el destino de Auristela tras su huida
a Maracaibo será el principal factor que tendrá enganchado al lector hasta el
momento de la catarsis dramatúrgica.
Tenemos a un grupo de amigos que
convergieron en su mocedad gracias a una banda musical a comienzo de los setenta, que tomaron rumbos distintos
al llegar la adultez, y cuyo reencuentro ocurre en circunstancias luctuosas, ya
que uno de ellos, Anselmo, ha sido asesinado durante un atraco en Maracaibo. El
inevitable factor de denuncia social que impone escribir una novela acaecida en
épocas recientes está presente en un capitulo contado con otro ritmo y otra
tesitura necesarios para describir el génesis de una fechoría y llegar al
desenlace fatal de un simpático personaje secundario.
Tenemos a Mariana, mi personaje favorito de la
novela, una cuarentona repotenciada dispuesta a conquistar a su vecino más por
convencerse de que aún puede llamar la atención de un hombre que por las
virtudes que conoce de aquel. Sus soliloquios, repletos de la lógica de una desperate housewife agregan un elemento
de frescura y humor que le hace contrapeso a los vaivenes emocionales de
Antonio en la era actual y la tensión que causa en el lector la llegada del
momento del anhelado reencuentro entre él y Auristela, amén del contenido
completo de la carta que desde el primer capítulo mantendrá al lector atento de
su continuación.
Por una narración balsámica que
ensalza un argumento afín con el género chick
lit y lo lleva otro nivel profundidad psicológica y moral, por el uso de
venezolanismos colocados de manera prudente para que sean un plus estético en vez de un exceso, por
la diversidad de voces intervinientes, por abordar la desesperación masculina
con la misma parcialidad que la desesperación femenina, por demostrarnos que el
autor es tan solvente como novelista y poeta, Verde que me muero es una lectura recomendable y necesaria para
quienes quieran corroborar la diversidad, primor y calidad de la narrativa venezolana
del nuevo milenio.
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