jueves, 16 de junio de 2016

Verde que me gustó

VERDE QUE ME GUSTÓ
por  Heberto José Borjas

            Cuando un escritor es capaz de nadar las aguas azarosas de la narrativa y la poesía con la misma destreza el resultado de sus obras en prosa suele ser una lectura que se disfruta con el mismo deleite de quien se chupa un mango y, tras devorar las hilachas, llega hasta la pepa (rindo homenaje a esta fruta tan de moda hoy en Venezuela para memes y demás mamaderas de gallo). Los ejemplos recientes de mis lecturas de novelas y cuentos de narradores-poetas me han dejado un sabor de boca satisfactorio: William Ospina con El país de la canela, Mario Benedetti con La muerte y otras sorpresas, Gioconda Belli con El infinito en la palma de la mano y Jorge Luis Borges con Ficciones son muestras del prodigio que supone un cambio de ropaje para que tanto en prosa como en verso un autor o autora puedan mostrar una identidad, una voz definida, un alarde de iluminación que el lector con vocación de narrador (como es mi caso) disfruta a niveles de envidia literaria (como es mi caso, de nuevo). Entiéndase el libérrimo concepto de Envidia literaria como esa sensación que le queda a uno, tras leer un texto, de querer haberlo escrito primero, tener la idea mucho tiempo antes, extender o suprimir ciertos fragmentos, cambiar tales o cuales diálogos, y recibir los posteriores elogios.
            Esa misma sensación tuve con el texto Verde que me muero de Jason Maldonado. Él ha publicado dos poemarios, Lunar de viento y Bestiario mecánico del exilio, y con esta novela en apariencia no pretensiosa, debuta como narrador. Cuando adquirí el libro en Maracaibo presentí que me daría banquete. Tuve razón. No me decepcionó. Al contrario, desde la portada, con el fondo del puente sobre el Lago de Maracaibo y una chica en primer plano sentada sobre una maleta de color esmeralda empieza un viaje ameno de doscientas cuarenta páginas. Una carta es el gatillo de esta historia, que llega a las manos de Tony Guerra, cuya remitente es Auristela, un amor del pasado, de esos que en vez de olvidarse son como un cadillo en el pie cuando caminamos con los zapatos puestos, y que plasma en sus primeras líneas un lirismo que alimenta la expectativa por el resto de su contenido:   La vida es una especie de estornudo en el universo. Una suerte de incienso que se va apagando para dejar encendido tan sólo un recuerdo…
            Desde entonces la trama se ramifica así:
            Tenemos un romance universitario Entre Antonio y Auristela puesto a prueba por un embarazo no deseado. Este es el factor más ambicioso de la obra, dado que Maldonado se atreve brillantemente a narrar una historia propia de una telenovela pero encumbrada gracias a las artes de una prosa fresca que no tiene remilgos en usar coloquialismos, de modo que su tono reproduce el léxico venezolano que nos encontramos la calle, sin llegar a los extremos soeces del cine  criollo y nos ahorra lances de innecesario melodrama que hubiesen restado autenticidad al relato. Sin duda, el destino de Auristela tras su huida a Maracaibo será el principal factor que tendrá enganchado al lector hasta el momento de la catarsis dramatúrgica. 
            Tenemos a un grupo de amigos que convergieron en su mocedad gracias a una banda musical a comienzo  de los setenta, que tomaron rumbos distintos al llegar la adultez, y cuyo reencuentro ocurre en circunstancias luctuosas, ya que uno de ellos, Anselmo, ha sido asesinado durante un atraco en Maracaibo. El inevitable factor de denuncia social que impone escribir una novela acaecida en épocas recientes está presente en un capitulo contado con otro ritmo y otra tesitura necesarios para describir el génesis de una fechoría y llegar al desenlace fatal de un simpático personaje secundario.
             Tenemos a Mariana, mi personaje favorito de la novela, una cuarentona repotenciada dispuesta a conquistar a su vecino más por convencerse de que aún puede llamar la atención de un hombre que por las virtudes que conoce de aquel. Sus soliloquios, repletos de la lógica de una desperate housewife agregan un elemento de frescura y humor que le hace contrapeso a los vaivenes emocionales de Antonio en la era actual y la tensión que causa en el lector la llegada del momento del anhelado reencuentro entre él y Auristela, amén del contenido completo de la carta que desde el primer capítulo mantendrá al lector atento de su continuación.

            Por una narración balsámica que ensalza un argumento afín con el género chick lit y lo lleva otro nivel profundidad psicológica y moral, por el uso de venezolanismos colocados de manera prudente para que sean un plus estético en vez de un exceso, por la diversidad de voces intervinientes, por abordar la desesperación masculina con la misma parcialidad que la desesperación femenina, por demostrarnos que el autor es tan solvente como novelista y poeta, Verde que me muero es una lectura recomendable y necesaria para quienes quieran corroborar la diversidad, primor y calidad de la narrativa venezolana del nuevo milenio.  

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