UN REDUCIDO KING KONG EN CARACAS
Las causas perdidas, los
personajes patéticos que sobreviven a la injusticia y el romance turbio son
temas trillados en la literatura, cierto, pero con el enfoque singular de cada
escritor la experiencia sobre mártires y fracasos es nueva cada vez, quizás
porque nos descubrimos los lectores como gente sensible que se solidariza
ante la desgracias ajenas (y me perdonan
el exceso de inocencia). La lectura sobre
losers puede ser vista como una terapia inconsciente en la cual nos
demostramos que somos buenas personas sólo por sentir conmiseración de aquel o
aquella cuya historia repleta de vicisitudes es narrada, y supongo que eso los
hace parecer tan atractivos. Quienes amen los personajes con semejante hándicap
amarán Simpatía por King Kong, la
tercera novela de Ibsen Martínez. El autor como dramaturgo oficioso que es,
amante de la polémica y de las ideas que van en contra de la corriente, explota
esta vez la gloria y la miseria de Kiko Mendive, un sonero cubano cuyo talento
lo llevó a cantar con diversas orquestas, que fue uno de los pioneros que llevó
el mambo a México y participó en la época dorada del cine en ese país como
músico y bailarín en una treintena de producciones, y que ya establecido en la
industria y movida musical local, introdujo a un tal Dámaso Pérez Prado, a quien nadie conocía por
aquellos lares del norte del continente americano. Es el mismo hombre, flaco y
desgarbado, con dentadura menguada y timbre de voz ideal para el son que los
venezolanos vieron en radio Rochela en distintos personajes, durante veinticinco años, y que murió en el Hospital
Universitario de Caracas en el año 2000, víctima de un enfisema pulmonar.
Kiko Malanga es el nombre del
personaje central, podemos considerarlo el alias de Kiko Mendive, quien es contado
en una detallada parábola de diversas versiones que se pasea por Cuba y México,
entre salones de baile y referencias de músicos talentosos. Él y Kiko Malanga
parecen dos personas distintas, dos vidas diametralmente opuestas, una
representa a un hombre que entre sus veintes y sus treintas fue un solvente
cantante de los ritmos cubanos en la Meca del arte musical latinoamericano como
lo era México (y aún lo es), y la otra muestra
una piltrafa que consume marihuana,
sin estabilidad económica ni seguro médico, viviendo al día, con un nivel de
dignidad diezmado por el destino torcido en algún punto de la década de los 50
pero que tampoco se sienta en un sillón o en un bar a rumiar sus penas en
borracheras lastimeras. Este factor de ser un perdedor sin una pizca de
cursilería ni filosofía barata es un elemento que se le agradece a Ibsen
Martínez, de quien ya sabemos por su obra previa que no es dado a sentimentalismos baratos. La miseria de Kiko tiene algo de dignidad y es
sufrida sin llantos visibles. Más bien es descrita con humor negro, lo cual la
realza y la separa de la épica habitual con que se cuentan los finales tristes.
Raúl, el narrador de la novela,
trabaja en un canal de televisión como redactor del noticiero y tiene
pendiente entregar una historia interesante, pero se ve atraído por Kiko
Malanga, quien trabaja también en el canal. Sostiene un romance con una
periodista, Wanda, quien a su vez es amante del presidente de la república (sarcásticamente
llamado NumberOne). Lo curioso del
caso es que Raúl sabe de esa otra relación y la tolera La investigación sobre Kiko, en medio de la
cobertura que su adorada Wanda hace de los primeros cien días de gobierno del NumberOne, lo lleva descubrir versiones diversas
sobre el pasado de tan singular persona (y personaje). El cuento va más o menos
así: El ocaso de Kiko Malanga empieza cuando
busca en Cuba a Pérez Prado y le recomienda que se vaya a México pues allá está
el futuro de su carrera musical. Una vez ambos en México el recién llegado
Pérez Prado trabaja como arreglista en la orquesta donde cantaba Kiko, luego
forma la suya con la ayuda de éste, también empieza a trabajar en películas
gracias a la colaboración de Kiko, quien lo presenta como un músico admirable. Kiko
fue el primer cantante de su orquesta (luego Pérez Prado contrataría a nadie
más y nadie menos que a Benny Moré). Grabaron juntos varios temas y hasta
participaron en una película con el inmortal Agustín Lara. Y la verdad es que
Pérez Prado demostró su calidad musical, pero lo que se desprende de lo que el
narrador de la novela investiga es que, palabras más palabras menos, Pérez
Prado no sería lo que fue de no haber mediado la intervención de Kiko Malanga
(Mendive, no lo olvidemos). Malanga compone una canción que está seguro será un
hit y los colocará a ambos en al cúspide del éxito musical y cinematográfica, se llama Simpatía por King
Kong, y es una arenga al simio gigante para que no se deje amilanar por los
disparos de los aviones enemigos, que lo quieren derribar. El punto de giro
ocurre cuando ambos acuerdan grabar juntos una canción, algo que seguro será un
hit. Ya Kiko tenía en el tintero ideas que grabar con su amigo pero se ausenta
de México por un tiempo y al volver se entera de que Pérez Prado había grabado la canción por su cuenta
sin participarle nada a su amigo, crece su fama y a partir de entonces se convierte
en El Rey del Mambo que conocemos. Ya
Malanga se perfila como un artista del pasado que empieza a ser olvidado. Y el
destino de ambos se bifurca: el de Dámaso Pérez Prado va a al estrellato, el de
Malanga va a Venezuela a sobrevivir haciendo lo que mejor sabe hacer pues, al parecer, en Cuba regresaría como un tipo
del que casi nadie sabía y en México no podría soportar compartir el mismo
suelo y el mismo mercado musical del hombre que lo traicionó y olvidó para siempre. De allí en adelante,
quien pudo haberse convertido en una leyenda de la música caribeña deviene en una figura errática a quien el paso de los años lo acribilla de mala fortuna
hasta terminar como bufón mal pagado en un programa humorístico. Sus papeles
realzan su fealdad y desmedro artístico, parecen burlarse de él mismo, Kiko
representa a un aminorado Kiko en cada puesta en escena, actor y personaje se
funden porque comparten la misma tristeza, el mismo desmedro, la misma vergüenza
y aguante ante el infortunio.
A finales de los ochenta Kiko es un despojo, un currutaco de
alfeñique, como diría García Márquez en Cien
años de soledad refiriéndose a Pietro Crespi. Está lejos de ser brioso y
fuerte como el King Kong de su canción frustrada. Pero sobre todo, ya lo que
queda espiritualmente de él es el bagazo. Se avergüenza de sí mismo. En la vida
real sabemos que pegó algunos personajes en Radio
Rochela, como Casanova ’90 y Casanova ’91, pero en la novela, el 27
de febrero de 1989 aprovecha el saqueo general durante El Caracazo para meterse
en una tienda a robar un teclado. Entonces lo hiere una bala anónima que lo
obliga a recibir atención médica de emergencia. Y muere. ¿Por qué? Hay que
tomar en cuenta que el autor conoció al Kiko Mendive de la vida real,
coincidió con él muchas veces en los pasillos del canal RCTV, comieron juntos
en el restorán chino de la esquina de Bucare, escuchó algunas de sus anécdotas,
y se le convirtió en una obsesión, según el mismo Ibsen Martínez comentó en
entrevistas de promoción de esta obra. El final literario de Kiko Malanga es
una denuncia social, ni más ni menos, una de las especialidades del autor. Se
balancea entre la vida y la muerte en un hospital donde no recibirá trato
especial por no contar con seguro médico cubierto por el canal de televisión
donde ha prestado servicios por más de dos décadas, sin ahorros ni una multitud
de gente angustiada por su salud, apenas tres amigos que canturrean la melodía
de Simpatía por King Kong, el tema
que jamás se grabó. Sólo cuenta con la
corona fúnebre que el canal de televisión tiene presupuestado pagar en caso del desenlace fatal. Esta oprobiosa muerte le da la excusa a Ibsen Martínez para exponer lo
que piensa sobre el negocio de la televisión (una perspectiva políticamente
incorrecta, como todo lo que él escribe), y lo hace de la misma manera que
dibuja los entresijos de la práctica periodística (repleta de argumentos que
responde más a la conveniencia que a la ética) a través de su labor en el
noticiero y la cobertura que Wanda hace
de los cien primeros días del período presidencial del NumberOne.
El narrador de Simpatía por King
Kong salta de una década a otra de la forma más libérrima, describe ambientes
de rumba con la misma minuciosidad con que nos cuenta de la bella Wanda y de
las tensas horas del 27 de febrero de 1989. Su fijación sobre lo que pudo haber
sido y no fue es constante. Acepta lo inevitable. El retrato de la Venezuela
del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez luce demasiado remota hoy, como si
hubiese transcurrido cien años atrás en vez de casi treinta, y hasta con
menos malicia si la comparamos con el dinamismo social y político actual. Pero
no deja de asomarse cierto paralelismo con días recientes, sobre todo en lo magnánima que es
mostrada la figura presidencial y todo el secretismo que la circunda. Nada es
narrado con melodrama. Tiene un tono convenientemente similar al de Por estas calles, la telenovela que
definitivamente lo colocará como referencia en la psiquis colexriva venezolana en las décadas por venir, y muestra una
reinvención narrativa que deja en los sentidos una estela con sabor a ron, un resuello
de trompetas, una imagen de Pérez Prado dirigiendo su orquesta, un retumbo de
metralla seca agujereado paredes en el 23 de Enero, un set de película
mexicana, agradable y digerible con facilidad en las menos de ciento ochenta
páginas que, gracias a la maña del autor, no se convirtió en un arroz con mango
ininteligible. Este texto mantiene el nivel de El señor Marx no está en casa, según los entendidos la novela más
lograda de Ibsen Martínez. Pero para
quien guste de leer entre líneas y regodearse con alegorías Kiko Malanga podría
ser también la metáfora en versión humana de la debacle sufrida por Venezuela a
partir de El Caracazo. Al país le
sucedió lo mismo que al sonero-comediante: una nación que pudo ser desarrollada
y no lo fue, un traidor que con su avaricia determinó el destino ajeno. Y que
conste que no es mi intención afrentar a Dámaso Pérez Prado al compararlo con
Hugo Chávez, pero prometer algo y hacer lo contrario podría equipararse, según el
caso, con la definición de deslealtad, aquí y en Pekín.
Busquen Simpatía Por King Kong, que se encuentra a buen precio y en una
edición rústica de tapa blanda por Editorial Planeta, de contrastante portada
donde predomina el color negro pero la fotografía se corresponde con una escena
de película donde se aprecia a un sonriente Kiko Mendive en el escenario
sosteniendo un trombón mientras dirige la mirada a la sexy María Antonieta
Pons, quien se encuentra en el piso, hilarante, en una postura de final de
canción, y dense banquete…
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